Existen profesionales que han forjado su camino proponiendo, dirigiendo y liderando con sentido y propósito. Buscan que cada proyecto trascienda y deje huella en la sociedad a través de las organizaciones donde colaboran. Sin embargo, en algunos de nosotros late una fuerza más antigua y esencial: la curiosidad ingenieril.
Esa curiosidad por construir, explorar, armar y configurar fue la que me llevó a estudiar ingeniería en una institución profundamente técnica. Desde ahí, mi impulso por crecer me condujo a un terreno que, en apariencia, se alejaba de lo técnico: el mundo que privilegia la figura del administrador y del director.
Quien quiere avanzar en ese entorno descubre que necesita nuevas herramientas: programas tipo MBA, cursos de liderazgo situacional, dirección estratégica, comunicación efectiva, marketing y operaciones. Lo viví en carne propia: comprendí que los grandes logros no dependen sólo del talento técnico, sino de la interdependencia de múltiples factores que se entrelazan para dar forma a un resultado. Aprendí que el valor no siempre está en “quien más sabe” técnicamente, sino en quien logra alinear voluntades y sincronizar esfuerzos para que un engranaje humano funcione incluso con la fricción natural de las diferencias.
Pero este crecimiento trae consigo un riesgo: perder de vista la pasión original. A mí me sucedió. Empecé a dejar en segundo plano esa faceta técnica que tanta satisfacción me daba, convencido de que liderar implicaba dejar de configurar, diseñar o ensamblar. Me ocupé en múltiples actividades, muchas de ellas gratificantes, pero sin aquella chispa que me llenaba de orgullo.
Descubrí que disfruto más de la literatura técnica para construir y diseñar que de la teoría pura sobre liderazgo. Me apasiona levantar desde cero proyectos útiles e innovadores, complejos y retadores, con mis propias manos. Con el tiempo, he decidido retomar esa faceta, pero con un nuevo enfoque: el emprendimiento.
La experiencia me ha enseñado que, para escalar, sí es necesario dirigir, gestionar y liderar, pero que el liderazgo más sólido nace del ejemplo y del conocimiento técnico profundo. He visto grandes líderes sin una base técnica lograr resultados admirables, pero también he visto muchos más fracasar por no reconocer sus limitaciones y querer cubrirlas con estrategias pobres o gestión autoritaria.
Por eso admiro, sobre todo, a aquellos líderes técnicos que guían con humanidad, con visión y con la autoridad que les da su experiencia directa. Muchos de ellos están al frente de organizaciones tecnológicas que hoy inspiran y transforman.
En el presente, mi meta es disfrutar de lo técnico, mantener viva mi especialización y reforzarla con enfoque. A futuro, quiero conservar encendida la chispa de la curiosidad para surfear esta ola tecnológica que no se detiene, creo que la clave es combinar la emoción del trabajo técnico con la visión estratégica del empresario. Hoy el mundo demanda a líderes con un perfil de gran apertura, humanidad, curiosidad, adaptabilidad, pero sobre todo, con el conocimiento profundo de las tecnologías y funcionamiento para volverlas aliadas estratégicas dentro de las empresas.
Al final, quizá no se trate de elegir entre dirigir o configurar. Tal vez la verdadera maestría esté en saber cuándo tomar el plano, cuándo empuñar la herramienta y cuándo levantar la mirada para guiar a otros hacia la meta.
Por Carlos Campa Arvizu.
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